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Fuego, Calle y Fiesta

Henri BOUCHÉ

Ex director de la UNED de Vila-real

Resulta inimaginable un mundo sin fuego hasta el extremo de que los llamados primitivos se afanaron en hallar el origen del universo en uno de los cuatro elementos: agua, fuego, aire, tierra. La explicación mítica se mantuvo hasta que los primeros filósofos –presocráticos- encontraron en el logos una respuesta racional al problema, que era universal. Todos estos elementos primigenios tuvieron sus defensores y sus detractores, si bien el progreso filosófico y el científico anduvieron en la búsqueda de otros muy distintos.

El mito de la llegada del fuego a la tierra es una constante en las distintas culturas. En nuestra cultura occidental más próxima y, por supuesto, deudora de la Grecia clásica, el mito más conocido es el que tiene como protagonista al titán Prometeo, hijo de Jápeto y de la oceánide Climene. Él, Prometeo, fue quien creó al hombre y profesó un profundo interés por los humanos, muy lejos de la aversión que sentía Zeus por ellos. Al verlos titiritar en las noches de invierno se compadeció, escogió un tallo de hinojo, lo encendió en la fragua de Hefestos, lo robó,  y lo entregó a los hombres, lo cual provocó la cólera de Zeus, quien lo castigó encadenándole a una roca del Cáucaso hasta que, pasando por allí Heracles, hijo de Zeus,  lo liberó.  Pero los humanos ya podían disfrutar para siempre del fuego. Hasta aquí uno de los mitos más universales.

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La historia –la protohistoria, mejor- es obvio que conocía el fuego: incendios en bosques y otros incidentes marcarían su presencia. El problema surgiría cuando el ser humano, impotente, no podría dominarlo o domesticarlo. El homo erectus, el homo habilis y, especialmente, el homo ergaster, sucesivamente, lograrían este dominio. Y, con ello, la gran revolución: calentarse en las frías noches de invierno, cocinar los alimentos, dar luz y calor, además de cambiar la mentalidad social con su presencia. El antropólogo Lévy-Strauss, lo resumía concisamente: “el paso de la naturaleza a la cultura fue el paso de lo crudo a lo cocido”, mediante el fuego, claro. Con el alimento cocido el ser humano pudo absorber las proteínas, aumentar las calorías y provocar un crecimiento del cerebro. No obstante, el dominio moderno no se produjo hasta recientemente cuando el sueco Lundströn abrió la primera fábrica de cerillas a mediados del siglo XIX, aunque aprovechando la experiencia de otros.

El fuego muy pronto se convirtió en el representante telúrico del sol, que daba vida a la tierra y a todo lo que en ella se albergaba. El astro-rey fue divinizado y se le rindió culto y sigue conservándose en muchas culturas y civilizaciones. Nacieron religiones y verdaderos pirólatras (adoradores del fuego), pero, sobre todo, del sol, fuente de luz y calor, fecundador, inteligencia cósmica, poseedor de energía física  (Vulcano) o energía espiritual e intelectual (Prometeo). El Antiguo Egipto, Mesopotamia, países asiáticos y americanos, el continente africano  se distinguieron por este culto. Conocida es la adoración de los romanos en la Régia, supuesta morada de la diosa Vesta en donde el fuego estaba a cargo de las vestales, vírgenes que cuidaban de él durante todo el tiempo. Los seguidores de Zoroastro tenían como símbolo el fuego, y el sol era un dios. Otros pueblos siguieron –y siguen, algunos- el culto solar, tales como los aztecas, mayas, escitas, celtas, incas, el panteón hindú, el mazdeísmo, etc.

EL FUEGO EN LA FIESTA

Hoy las cosas han cambiado y el fuego como elemento instrumental o simbólico ha dejado de ser lo que era para convertirse en factor esencial de muchas fiestas, sobre todo de las solsticiales. No está bien visto entre los antropólogos recurrir a los denominados survivals, supervivencias de antiguos rituales, pero en el fondo aparecen elementos -¿coincidencias?- que nos recuerdan los orígenes, tales como el “robo”, el paso ritual del fuego, que hemos observado personalmente no solo en San Pedro Manrique (España),  sino también en alguna de las “santantonadas” castellonenses y valencianas.

La relación fuego-fiesta, o viceversa, es patente en muchas manifestaciones populares. Todavía está muy vigente el solsticio de invierno en las fiestas de Navidad (el “tió de Nadal”, por ejemplo) y el periodo asimilado en las celebraciones de San Antonio Abad –las típicas “santantonades” valencianas- con un número impresionante de hogueras que “queman” las calles de la ruralía, principalmente, junto a las “fogueres” de Alicante, las fallas de Valencia y otras manifestaciones mediterráneas.  La destrucción del Año Viejo con todos los males aportados a la población, el carácter  catártico, expresa o tácitamente manifestado o subyacente, la renovación con el Año Nuevo, la religiosidad popular del entorno, etc. El mensaje del fuego  es múltiple y, a veces, enigmático. La fiesta exige la calle, el campo, la libertad espacial y el gentío, la participación del pueblo.  La calle se convierte, así, en un espacio ritualizado y estéticamente prefigurado. Aparece engalanada y, sobre todo, iluminada y caldeada por el fuego, cuyas hogueras adquieren diversas formas, bien de carácter horizontal, bien vertical, de forma maciza o ahuecada, con leña de distintos árboles y arbustos que dan una especial visibilidad y calor según su origen. Lenguas de fuego se elevan lamiendo el cielo nocturno, mientras las pavesas se revuelven en frenética danza por plazas y calles.

 

La relación fuego-fiesta, o viceversa, es patente en muchas manifestaciones populares. Todavía está muy vigente el solsticio de invierno en las fiestas de Navidad (el “tió de Nadal”, por ejemplo) y el periodo asimilado en las celebraciones de San Antonio Abad –las típicas “santantonades” valencianas- con un número impresionante de hogueras que “queman” las calles de la ruralía, principalmente, junto a las “fogueres” de Alicante, las fallas de Valencia y otras manifestaciones mediterráneas.

El teatro es uno de los vértices del triángulo mágico: “Fuego, teatro y fiesta en la calle”. El fuego, natural o artificial, se convierte en elemento esencial alrededor del cual gira todo lo demás, prevaleciendo, en algunos casos, el ritual mágico o religioso o derivando hacia otras modalidades

EL FENÓMENO DE LOS SOLSTICIOS

Quizá el origen de esta relación fuego-fiesta haya que localizarla en los solsticios, que es cuando se produce la máxima actividad: en el de invierno, después de cristianizado, conmemorando el nacimiento de Cristo, los festivales ígnicos han sido proverbiales a lo largo de la historia y aun antes, en la prehistoria. En el de verano, la estación de amor, se conmemora el nacimiento de Juan el Bautista en el que, junto al fuego como principal protagonista, se reúne una constelación de rituales acuáticos, vegetales, médicos y solares.

Hay momentos (25 de diciembre –nacimiento de Jesús- , 24 de junio –nacimiento del Bautista- en otras épocas) en que los solsticios entran, respectivamente, en acción. Los llamados seres humanos primitivos (y también en culturas coetáneas) eran muy observadores y contemplaban cómo el sol en estas fechas mostraba cierto movimiento, cierto balbuceo, que, a su entender, podía provocar un “apagón”, lo cual hubiera tenido fatales consecuencias. La preocupación de los observadores, dicen, les llevó a prácticas mágicas basadas en el principio homeopático (“lo semejante engendra lo semejante”); para ello, pues, encendieron fuegos terrestres cuyo efecto, creían, llegaría hasta el sol.  El invento funcionó: el sol, al día siguiente, se reactivaba…aunque no gracias a las hogueras.

Todavía hemos constatado con testimonios de gente (como es el caso de Penyagolosa, en Vistabella –Castellón-) donde en la mañana de San Juan observan el sol a través de un pañuelo y, con un poco de imaginación e ilusión, ven cómo “baila”. Es el fenómeno del solsticio estival. Junto al fenómeno astronómico, como hemos dicho, se suceden los rituales propios del día o, mejor, de la noche mágica. Todo ello encuentra en la religiosidad popular una buena fuente de conservación y, sobre todo, en el ámbito popular con el fuego como centro.

 

FUEGO, TEATRO Y FIESTA

La especificidad del fuego exige, como resulta obvio, un espacio libre y callejero. Encender una hoguera reclama estas condiciones para que unos y otros puedan disfrutar del espectáculo público. La calle es el lugar propicio. Pero también es casi necesaria una ritualización, por una parte, y otra representación, por otra. El teatro es uno de los vértices del triángulo mágico: “Fuego, teatro y fiesta en la calle”. El fuego, natural o artificial, se convierte en elemento esencial alrededor del cual gira todo lo demás, prevaleciendo, en algunos casos, el ritual mágico o religioso o derivando hacia otras modalidades. Ejemplos claros, en la cristianización, son las advocaciones que los fuegos encuentran en sus patronos. Elocuente es el patronazgo de San Antonio Abad o de San Juan el Bautista, entre otros santos, que se otorga en las provincias valencianas.

El continente americano ofrece innumerables ejemplos (también el africano, asiático, australiano, europeo…) de dedicaciones dentro del ritual cristiano o ajenos a él. El culto al sol en el Inti Raymi de los países andinos, vigente aún hoy, el culto al fuego en numerosos espacios mundiales, etc. son manifestaciones que han resistido el paso del tiempo.

El mundo del teatro ha revitalizado la presencia del fuego en la fiesta de calle con el punto de partida en la tradición. Así se ha pasado del rito al mito, del brujo al actor, involucrado todo con el canto, la danza y la mímica. Xarxa Teatre es uno de los mejores exponentes con la presencia del fuego: Foc del mar, Ibers, Nit mágica, Esculturas de fuego, Fahrenheit – Ara Pacis…inscrito todo en una ejemplar narrativa pirotécnica.    

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