Los chirinos y chanfallas contemporáneos
En torno a Paisajes Escénenicos
de Manuel V. Vilanova
Paco Mariscal
Crítico literario
Chirinos y Chanfalla son los dos pícaros del ‘Retablo de las Maravillas’ de Cervantes, que por plazas y mercados repre.sentan en un escenario vacío un engaño, una farsa que deja en la intemperie la hipocresía social, la falsa moral, la ridícula importancia de las apariencias y un largo etcétera centrado en la honra, la pureza de sangre o racismo y, sobre todo, el antisemitismo. Temas que preocupaban al autor del Quijote en el Barroco, y lodazales sociales que distinguimos hoy en día, sin dificultad alguna, en nuestra inmediatez cotidiana.
En el entremés de Cervantes, teatro dentro del teatro o metateatro, aparecen unos cuántos indicadores escénicos que ayudan muy mucho a comprender y a disfrutar de la lectura del libro de Manuel V. Vilanova, ‘Paisajes escénicos’, que gira en tor.no al teatro callejero durante la segunda mitad del siglo XX y las dos décadas vividas el XXI. Porque en la pieza corta y mordaz cervantina aparece la calle, y aparece un escenario vacío; des.cubrimos la agudeza e ingenio de unos actores trotamundos, y descubrimos también la escasez de elementos y la elemental tramoya escénica: “Poca balumba trae el autor para tan gran retablo”, viene a indicar uno de los personajes. Un timo indicador no lo podemos dejar a un lado: las fuentes folclóricas y tradicionales en las que, en este caso, se inspira Cervantes: un cuento del Lejano Oriente y tradición oral, reescrito de alguna manera por Andersen en la época moderna.
Bien, pues, esos aspectos que un día tuvimos la oportunidad de saborear en el entremés de Cervantes, son aspectos fundamentales del teatro callejero, sin paredes, con espectadores que forman un todo con los actores, que leemos en el recién publicado estudio de Manuel V. Vilanova. Ese teatro callejero actual, que ha estudiado Vilanova, posee un indudable y loable contenido social; posee escasez de recursos y ‘balumbas’ simples, aunque significativas; los representan actores, muy preparados o laboriosos, no faltos de ingenio o ‘industria’, como se decía en tiempos de Cervantes; el Teatro de la Calle actual hunde sus raíces en numerosas ocasiones, como en el entremés de Cervantes, en la tradición folclórica de nuestros pueblos y sociedades occidentales.
Y por todo ello, el teatro de ‘Paisajes escénicos’ se olvida de la poética de Aristóteles, del arte poético de Boileau o de la poética de Luzán. La calle es otra cosa. La palabra representada pierde su papel genuino y es sustituida por la mueca, la mica, el malabarista o el acróbata, pasando por el muñeco gigante. Y todo sin perder la dimensión social y sin que perdamos la visión del trabajo esforzado de los actores. Que no otra cosa se desprende de la lectura del primer capítulo del libro de Vilanova.
Insistamos, son páginas académicas con ejemplificaciones amenas, que nos conducen a comprender que en el teatro callejero se va perdiendo paulatinamente la jerarquía del texto dramático y de la línea argumental
Los cuatro siguientes capítulos, de las bien informadas 400 páginas del libro, confirman con mil ejemplos, o representaciones callejeras, cuanto hemos expuesto hasta aquí. Pero vienen a suponer mucho más. Esos capítulos vienen a ser un modelo de trabajo y recopilación académica desde los orígenes y precedentes del Teatro de Calle, hasta las dificultades a las que se enfrentan los grupos teatrales a causa de las crisis económicas o pandémicas. Los fundamentos del teatro de la calle los rastrea Vilanova por donde las vanguardias de la primera mitad del siglo XX, por donde Mayakovski y Meyerhold, por donde Antonin Artaud o el Agitprop de la provocación. Insistamos, son páginas académicas con ejemplificaciones amenas, que nos conducen a comprender que en el teatro callejero se va perdiendo paulatinamente la jerarquía del texto dramático y de la línea argumental; y que jerarquía de la palabra y argumento se ven sustituidos por un concepto temático que llega al espectador. De la misma manera que llegaba al espectador lo tétrico y triste de la muerte cuando en la iglesia escuchaba el “rex tremendae majestatis” del ‘Dies Irae’. No escaseaba la teatralidad en los ritos y cantos en latín utilizados en la liturgia eclesiástica anterior al Concilio Vaticano II.
Además, el trabajo ingente de Vilanova, tan ordenado y académico, no origina una lectura plomiza del texto. Por las páginas del libro deambulan grupos teatrales, chirinos y chanfallas, arlequines y petruskas callejeros de toda índole y nacionalidad. Muchos grupos hispanos, naturalmente, pero también nórdicos, centroeuropeos, italianos, norteamericanos y caribeños. Ordenadas cronológicamente, nos explica el autor de ‘Paisajes escénicos’ decenas de representaciones callejeras, que dejan volar la imaginación del lector, o evocan escenas callejeras francamente divertidas. El componente festivo supone también un aspecto fundamental del ‘espectáculo’ callejero.
Las páginas finales del libro nos informan de las dificultades con que tropiezan nuestros chirinos y chanfallas actuales: desde la solapada censura a las estrecheces económicas que llegaron con las crisis. Pero también hay un canto a la esperanza de que el teatro callejero tenga un futuro libre, que permita dinamizar nuestras democracias occidentales.
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