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Dic 3, 2021 | Tradiciones

Sones populares, valencianos, locales y universales

(En torno al libro de Manuel V. Vilanova “Pasqualet de Vila-real, ànima de dolçainer)

Paco Mariscal

PERIODISTA

Que la música viene a ser un medio de comunicación que no sabe de fronteras, colores, creencias o ideologías; que hay seres humanos que nacen con un especial ADN que los emparenta con sones, sinfonías, acordes y flautas desde sus años más tempranos, como, por ejemplo,  el Mozart de Salzburgo, como el Juan Crisóstomo de Arriaga de Bilbao, como Pasqual Juan Rochera de Vila-real; que algunos de esos prestigiosos músicos jamás se formaron en conservatorios o academias de música, aunque poseyeron un oído fino y una clara memoria de las notas; que  lo sabemos por Paco de Lucia; o por Pasqualet, el dolçainer de la laboriosa ciudad de Vila-real, con un equipo de fútbol y un músico de primera: todo ello es cuanto evoca uno tras la lectura rápida, pero no superficial, del libro de Nelo Vilanova que acaba de aparecer; el ingente trabajo  de Nelo, quien tuvo en la tarea una serie de colaboradores, dignos también de mención. Y es que no se publica solamente un texto escrito, porque la edición es a su vez una muestra gráfica con alrededor de cien fotografías de época, tan elocuentes como el texto escrito. Además, el epílogo que completa el libro no puede ser más pertinente y adecuado: seis CD con toda la música de dulzaina de Pasqualet que pudo recopilarse.  El libro, que ve la luz gracias al apoyo económico de las instituciones públicas locales, no aparece en forma de publicación lujosa, pero sí consistente y práctica  para llegar, en primer lugar, a un público inmediato de las comarcas castellonenses de País Valenciano; un público que conoció al artista y celebró su música.

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Porque la música de Pasqualet y su dulzaina es la música popular e inmediata con la que el vecindario está familiarizado en Cabanes y la Pobla y Burriana y Oropesa y cuanto lugarejo exista a lo largo y mediterráneo de las tierras valencianas. No hubo procesión o despertar festivo que no estuviese adornado con la música de la popular flauta durante muchas décadas. Pasqualet, que no estaba emparentado con la gran burguesía local y que empezó, cuando le apuntaba el bozo a trabajar como aprendiz en una carpintería; Pasqualet, lea el lector atentamente el libro, estaba y está enraizado en la más pura tradición musical del pueblo. Una tradición que, hace más de medio siglo, se miraba con desdén por parte de unas clases medias ascendentes. Pescadilla que se mordía la cola, la valoración, entonces, del dulzainero y el del tamborcillo, partía de la más absoluta ignorancia de la celebración callejera y su música festiva de las clases populares desde tiempo inmemorial. Todo, afortunadamente, ha cambiado, y hoy la valoración es otra. A la dulzaina, como a la guitarra hace ochenta años, sólo le falta ahora un Bacarisse o un Joaquin Rodrigo para dignificarla en el mundo clásico en cualquier teatro de París. Localismo, claro que sí. Pero no localismo estrecho y miope que no distingue la vida y la música más allá de los lindes de su término municipal o provincial. Localismo, sin duda, como visión del ancho mundo teniendo los pies hundidos en la tierra natal.  Eso fue el popular personaje de Pasqualet con el “caliqueño” siempre en la comisura de los labios; el personaje socarrón y cargado de humor festivo y musical, conocido en tantísimos pueblos del País Valenciano, y que celebraron también muchas gentes en casi todos los continentes de este maltratado planeta, como componente imprescindible del grupo Xarxa Teatre.

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Porque la música de Pasqualet y su dulzaina es la música popular e inmediata con la que el vecindario está familiarizado en Cabanes y la Pobla y Burriana y Oropesa y cuanto lugarejo exista a lo largo y mediterráneo de las tierras valencianas.

La dulzaina, y el tamborcillo del acompañante – “el tabalet i dolçaina” de estos pagos que anunciaba o servía de preludio en procesiones y fiestas de todo tipo, incluidos, cómo no, los avatares y celebraciones taurinas callejeras de todo tipo – la dulzaina y el tamborcillo son viento y percusión. Como instrumentos se sitúan un tanto lejanos a la cítara, la lira o el arpa. Con la cítara acompañaba el rey David el canto de los salmos. El arpa y la lira acompañaban las veladas musicales de la nobleza romana. Bella música  intramuros de palacios y casas señoriales. La dulzaina de Pasqualet,  el caramillo, el piffeno, la zurna, la suona, la corneta china, la bombarda o la quena, la ciaramella y similares en nuestro ancho mundo, nada local, son campo, calle, fiesta y alegría sin fronteras ni paredes. La dulzaina de Pasqualet alegraba una procesión, una primera comunión, el ágape de Pascua de un grupo de amigos, una juerga juvenil, un evento que paliara los trabajos y obligaciones cotidianas. Los pifari del piffaro italiano, primo, de la dulzaina, tañían el instrumento por las calles durante las Navidades, entonando musiquillas festivas. El caramillo de lengüeta batiente animaba el trabajo en el campo y las tareas pastoriles en casi toda Europa; la suona china, de lengüeta doble y cuñada de la dulzaina, se utilizaba y utiliza en bodas, funerales y procesiones orientales. Desde Armenia a Niger, pasando por Turquía, los Balcanes y el Magreb, la zurna – conocida en Marruecos como al-gaita y hermana de la dulzaina y la trompa ribagorzana – no hay jolgorio ni fiesta sin la presencia del instrumento. La bombarda, amiga de la dulzaina, la tocan nuestros vecinos galos por donde Bretaña. Y los lindos sones de la quena andina, acompañaban los rituales litúrgicos y las celebraciones quechuas de toda índole antes de que existieran el imperio de los Incas o el imperio de los Aztecas. Y todos esos instrumentos, todos esos sones populares y callejeros pertenecen a la misma saga. A la saga festiva y entrañable, local y universal de Pasqualet.

Y ese es el mérito del autor y colaboradores del libro. De  Vilanova y los demás. Y es cuanto se desprende del texto escrito, de la información gráfica y de la música recopilada en los CDs.

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