Salto del toro o el “Ukuli bula” en Etiopía
Ernest Nabás
PERIODISTA
Los jóvenes varones de la tribu de los hamer en el Valle del Omo, al sur de Etiopía, practican un singular ritual iniciático que les da carta de adultos, “ya son hombres”. Si lo superan ya pueden casarse, tener una familia y poseer bienes. Se llama el Salto del Toro o el “Ukuli bula”. Es el día principal de la vida de un hombre. La fiesta dura cuatro días.
La familia del joven invita a amigos y vecinos, quienes colaboran económicamente, a comer beber y bailar. La invitación se cursa avisando a todas las familias de un “Ukuli bula” repartiendo una cuerda atada con muchos nudos. Los familiares van soltando los nudos y cuando ya sólo queda uno, al día siguiente se inicia la ceremonia. Es un sistema de comunicación como el de pasar la estaca en la comarca de l’Alcalatén de Castellón. Es como un tarjetón de invitación
La jornada principal comienza agrupando a las vacas en una campa de la selva (Foto, 1)
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Después se trasladan a otro claro donde los chicos flagelan con varas de mimbre a las chicas (Fotos, 2, 3, 4, 5 y 6). Los jóvenes pegadores que se llaman maz, se pintan la cara con dibujos de colores y se adornan con collares y brazaletes y llevan plumas en la cabeza. Algunos lucen el famoso fusil ruso Kaláshnikov. (Foto 14). Las mujeres, tanto adolescentes como mayores tan sólo se cubren con un taparrabos de pieles y se protegen los pechos, con un sujetador áspero y de colores.
Mientras, el joven que va a pasar la prueba, se baña en el rio y se reboza de arena para purificarse. Se le frota con boñigas y le ponen unos tirantes de cuero sobre el pecho. El resto del cuerpo negro ébano, está desnudo.
Todas las mujeres hamer, además de llevar normalmente tan sólo el taparrabos (Foto mujer hamer) se embadurnan la piel con manteca de vaca mezclada con polvo rojo de piedra rodena. Es la misma costumbre de las mujeres himbas en Namibia a más de mil kilómetros de distancia. El peinado también está impregnado de mantequilla y ocre y tiene unos rizos y trencilla. Su elaboración es muy complicada y dura dos o tres horas. La persona peluquera recibe una cabra como gratificación.
Las mujeres, tanto adolescentes como mayores tan sólo se cubren con un taparrabos de pieles y se protegen los pechos, con un sujetador áspero y de colores.
FLAGELACIÓN
Ya en la campa, los chicos a una parte, las mujeres en otra, estas comienzan los actos de provocación a los chicos. Las mujeres bailan continuamente en círculos y la hermana mayor no para de hacer sonar unas trompetas. Las mujeres llevan en las piernas y en los tobillos unos cascabeles que hacen sonar permanentemente. Con una corneta, no cesan de incitar a los jóvenes, se pasean por delante de ellos hasta que uno se decide a pegarles y con unas varas de mimbre comienzan a flagelarlas. Les pegan en la espalda y las piernas. Los golpes van provocando ríos de sangre que empapa el taparrabos y comienzan a arrancar trozos de carne. (Fotos 8, 9,10, 11, 12, 13).
La carne viva es curada con ceniza como desinfectante.
A la cancha van saltando una tras otra todas las mujeres que han acudido a la fiesta. Las mayores y hasta las adolescentes provocan y piden ser vareadas. Es una acción erótica, claramente sadomasoquista. Los hombres, cuando ven que las espaldas están muy marcadas por cortes con mucha sangre, se niegan a fustigarlas más, pero las mujeres ya muy excitadas cogen unas varas y les persiguen para que sigan flagelándolas. Ellos se van pero ellas los persiguen y les provocan para que continúen.
Es un ritual que a los occidentales provoca aprensión. Algunas mujeres no pueden resistir esta parte de la ceremonia del Ukuli Bula.
Las órbitas de los ojos tanto de los chicos vareando como de las mujeres siendo flajeladas, los tienen salidos. Mezcla de pasión y de alcohol. Las mujeres, después, presumen de las cicatrices de su espalda, que esterilizan con ceniza.
Tras dos horas todos caminan hacia la otra campa donde esperan las vacas ya alineadas y el joven.
Mientras las mujeres vareadas y los jóvenes se adentran en la selva para consumar su acción sadomasoquista.
Todo el grupo camina hacia la campa donde esperan las vacas y el joven que va a realizar su prueba.
Las mujeres siguen con sus cornetas y ayudan a ordenar a los toros para que queden pegados hasta siete animales.
Mientas los amigos del joven, lo rodean escondiéndolo de miradas y cámaras fotográficas, lo tienden en una piel de toro y le practican una masturbación. (Foto 17) Tiene que dar positiva para después iniciar el salto.
Superada esta primera puebla cogiendo carrerilla el joven salta encima de los toros. Son siete vacas las que están alineadas una junto a otra.
Brinca y salta al final del tramo (Fotos 18-19)
Si no consigue saltar sin caerse al joven le dan tras oportunidades. Si no supera la cuarta, no ha pasado la prueba y aún no es “hombre”. Tendrá que esperar otro año. Si concluye los saltos todos gritan, ¡Ya es hombre! ¡Ya es hombre!
La ceremonia milenaria del Salto del Toro es una de las señas de identidad de los “hamer” en el Valle del Omo.
Concluido el ritual y resultando positivo se retiran al poblado de la familia y continúa la fiesta muy bien regada de chicha.
Este ritual no es un espectáculo para turistas. De hecho el Gobierno de Etiopía lo tiene prohibido y lo realizan clandestinamente. A veces se tiene que caminar varios kilómetros por la selva para acudir al lugar. Los turistas, son admitidos. Se les pide una aportación económica para la fiesta dejándoles así fotografiarla. En todas las tribus del Valle de Omo, la gente pide un dinar (diez céntimos de euro) por dejarse fotografiar, tanto hombres como mujeres. Los turistas lo pagan. En otras tribus como en Namibia los himbas, el jefe del poblado pide al guía un regalo que suele ser comida o tabaco. Conversan con los viajeros y les dan el OK para desplazarse por todo el poblado y realizar cuantas fotografías quieren. Incluso las más íntima dentro de las chozas, como cuando realizan el acto de embadurnarse todo el cuerpo de manteca y ocre de rodeno. Porque tanto las himbas como las hamer son de piel negra.
El Salto del toro, está considerada como un ritual más que milenario y lucha por su supervivencia con la prohibición del gobierno por la agresión física a las mujeres, la tradición ancestral y el deseo tanto de las mujeres como de los jóvenes de realizarlo con todas las circunstancias.
Este ritual no es un espectáculo para turistas. De hecho el Gobierno de Etiopía lo tiene prohibido y lo realizan clandestinamente. A veces se tiene que caminar varios kilómetros por la selva para acudir al lugar. Los turistas, son admitidos. Se les pide una aportación económica para la fiesta dejándoles así fotografiarla. En todas las tribus del Valle de Omo, la gente pide un dinar (diez céntimos de euro) por dejarse fotografiar, tanto hombres como mujeres. Los turistas lo pagan.
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